Quisiera decirte, quisiera contarte que no siempre fue tan fácil decir te quiero. Quisiera decirte, quisiera contarte que hubo un tiempo dónde el ingenio convino en buscar habilidad para expresar los sentimientos entre los enamorados. Con la imposibilidad de la cercanía en la ausencia de mirar a los ojos
A partir de 1906 la Alameda de Santiago de Compostela incrementó la emoción de las manifestaciones de un diario de inconfesables secretos entre amantes de impulsos controlados que ahora tenían voz. Ya no solo paseaban y se cruzaban miradas furtivas y gestos que entrañaban mensajes. Hechos que acontecían en cualquier ciudad de principios del siglo XX. Y es qué Compostela, a principios de ese siglo , se hacía con un espacio de descanso muy especial, un banco de granito que dotaría este bello espacio de un lugar tranquilo para el descanso, pero también este lugar tiene una peculiar característica; transmite la voz de un extremo a otro, lo llaman el banco de los enamorados. Yo lo denominaría el Banco de los Susurros Secretos.
De forma semicircular conforma un asiento con respaldo de material granítico que se sitúa a la derecha del paseo central de la Alameda partiendo de Porta Faxeira y de camino a Santa Susana. Se presenta acogedor y harmonioso en el conjunto dedicado al ocio. Muy cerca se encuentra el octogonal palco de la música (1896) con su maravillosa estructura de hierro de forja gris.
De piedra de granito de plena identidad de esta tierra gallega el Banco de los Susurros Secretos aventura historias de amor armadas en verso y posteriormente en prosa. Y una se imagina, a un muchacho sentado en el robusto banco con vestimenta de época; estudiantes que esperan inquietos ver llegar a la amada. Cuando esta aparece, se sienta al otro extremo acompañada de su carabina. Ahora él se gira disimuladamente para susurrar versos amorosos al respaldo del particular asiento con la magia de ser escuchados por ella. Las dos mujeres charlan prudentes al son de un abanico o una sombrilla de encaje que aguanta el temor de ser descubiertas por mil miradas que acechan.