Un cuento de Navidad

He recorrido gran parte de sus provincias, saboreado sus fiestas y abrazado sus paisajes en las distintas estaciones, pero sigo sin acostumbrarme a la impaciencia y osadía de los neerlandeses al galope de sus dos ruedas. Hace un par de semanas temblaba sólo de pensar en la estampida de bicicletas, familias, jóvenes y ancianos que se produciría en torno al corazón de Groningen, pues el sábado 15 toda urbe se preparó para recibir a San Nicolás, conocido en los Países Bajos como Sinterklaas, el legendario Obispo de Myra, o de Bari, (ciudad en la que se encuentran sus reliquias, en la basílica que lleva su nombre) quien inaugura cada año la Navidad en este cautivador paraje del Mar del Norte.

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Alboroto, luces, confetti, disfraces…una eclosión de alegría y nostalgia emanaba de las voces infantiles resucitando viejas canciones populares de veneración y agradecimiento al santo…La persistente llovizna y una muchedumbre inquieta pusieron a prueba mi paciencia mientras intentaba reunirme con unos amigos y hacerme con un buen lugar desde el cual contemplar la entrada del barco de Sinterklaas y sus simpáticos ayudantes en el canal de Reitdiep. Estos ayudantes, los Zwarte Pieten (literalmente Pedros Negros) se visten con trajes coloridos, se pintan la cara de negro, los labios de rojo chillón y además de repartir los regalos depositan los irresistibles pepernoten y otros dulces típicos del festejo en los zapatos de los niños, que creen que el color de su piel se debe al hollín de las chimeneas por las que acceden a sus hogares el 5 de diciembre. Dichos personajes son objeto de un enfervorizado debate desde el año pasado, dado que gran parte de la sociedad parece haber despertado ante una segunda lectura del cuento de hadas gracias a ciudadanos con pocas neuronas que se dedican a utilizar el término Zwarte Piet para despreciar a la población negra de un país reputado en el mundo por su sociedad tolerante y abierta. Aunque en Groningen no hubo ningún incidente, el rechazo hacia la tradición aumenta materializándose en diversas protestas Antipiet en las grandes ciudades como Amsterdam o Gouda, la escogida este otoño para difundir el espectáculo a través de la televisión nacional. La capital del queso remató su jornada con 90 manifestantes detenidos, a favor y en contra.

La sociedad está dividida entre quienes prefieren seguir viendo la tradición como una bonita historia para niños, sin ningún mensaje subliminal que afecte a su respeto por el color de la piel de sus conciudadanos y quienes luchan por transformarla, eliminando a los Zwarte Piet o cambiando su color porque entienden que la leyenda viene arrastrando durante siglos una mentalidad racista y la terrible sombra de la esclavitud. Teniendo en cuenta la historia de este país, los descendientes de los múltiples esclavos traidos de sus colonias son numerosos y es lógico que se sientan burlados por el paralelismo con esos personajes que vienen en barco desde muy lejos a servir a unos nórdicos acomodados…

Ambas posturas me parecen razonables, pero si la solución políticamente correcta deriva en un desfile de pajes rubios de ojos azules con un par de manchas de hollín, tal y como iban disfrazados la mayoría de niños, creo que pronto volverían a saltar las alarmas, porque lo que caracteriza a esta sociedad es su diversidad, y es lo que deberían reflejar en su fiesta más prominente. Por otro lado, las anteriores generaciones crecieron con la vieja historia y son quienes dieron fama a las tierras bajas por su respeto hacia las diferentes etnias que en ellas conviven. Asimismo, considero que aunque haya muchos que no se sientan ofendidos, es una cuestión de respeto por el prójimo, no de abortar una hermosa celebración sino de liberarla de toda carga simbólica que impida que todos puedan disfrutarla.

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