Hace unos días escuché en un programa de radio algo muy curioso. Suecia está sufriendo una epidemia de soledad y aburrimiento que está afectando a una de las sociedades que, a menudo, es puesta como ejemplo de buen hacer en todo tipo de comparativas. Los suecos son menos felices y esa falta de felicidad se refleja en muchos aspectos, como puede ser el hecho de que hacen el amor cada vez con menor frecuencia.
Esta tristeza que se ha adueñado de la idealizada Suecia, me ha llevado a hacer un paralelismo balompédico con la que siempre ha sido patria del fútbol más alegre del planeta. Esa no es otra que la tierra del “jogo bonito”: Brasil.
De un tiempo a esta parte, al Brasil futbolístico le ha invadido la tristeza al igual que sucede con los suecos.
La pentacampeona del mundo siempre ha hecho gala, desde los inicios de este deporte, de poseer a los futbolistas mejor dotados técnicamente y, en consecuencia, los que más belleza y felicidad han transmitido con su juego.
Figuras míticas en los albores del profesionalismo como Arthur Friedenreich, Leonidas da Silva o Heleno de Freitas ya anunciaban lo que se avecinaba en años venideros con la inagotable cantera de talento brasileña.
A partir de la segunda mitad del siglo XX Brasil impuso su dominio con nombres como Pelé, Didí, Mané Garrincha, Djalma Santos, Gerson, Tostao, Rivelino, Carlos Alberto,…que llevaron a las vitrinas de la Confederación Brasileña de Fútbol las tres primeras copas del mundo (haciéndose con la Copa Jules Rimet en propiedad tras la disputa del mundial de 1970).
Aunque Brasil tuvo que esperar 24 años más para volver a levantar la Copa del Mundo, la factoría de producción de prodigios futbolísticos no se detuvo y nombres como los de Zico, Sócrates, Toninho Cerezo o Paulo Roberto Falcao se sumaron a la lista de ilustres del país sudamericano (a pesar de no haber podido ganar un mundial).
Las dos últimas estrellas que adornan la camiseta verde-amarela fueron conseguidas en 1994 y 2002 respectivamente. Brasil seguía contando con futbolistas con un talento inmenso como Romario, Bebeto, Mauro Silva, Ronaldo, Rivaldo, Roberto Carlos, Cafú o Ronaldinho pero el juego ya no guardaba la esencia del “fútbol samba” de sus predecesores.
Desde entonces hasta la actualidad, Brasil ha ido perdiendo la identidad a cada gran competición que se celebraba. El culmen del descrédito llegó en el Estadio Mineirao de Belo Horizonte el 8 de julio de 2014.
Ese día se medían por un puesto en la final de la Copa del Mundo la anfitriona, entrenada por el técnico campeón en 2002 Luiz Felipe Scolari, contra la Alemania de Joachim Low. El baño de fútbol que los teutones infringieron a la orgullosa Canarinha se puede considerar la mayor derrota de la historia del fútbol. El 1-7 final refleja a las claras la masacre que supuso el partido para Brasil (a la media hora de juego, el marcador ya era de 0-5).
Tras la humillación, Brasil volvió a recurrir a los servicios de Dunga (uno de los integrantes de la plantilla campeona del mundo en 1994) como técnico en una segunda etapa que resultó un completo fracaso y que termino con la eliminación en la fase de grupos en la última Copa América.
En la actualidad, la Confederación Brasileña de Fútbol parece que se ha decidido a volver a sus raíces y ha contratado a un técnico como Tite que parece más dispuesto a confiar en el talento antes que en el músculo (jugadores como Marcelo, Coutinho o Neymar son la base de su selección).
Por el momento, la apuesta parece ser todo un éxito ya que Brasil lidera el Grupo Sudamericano de clasificación para mundial de Rusia 2018 y ha dado muestras de una evidente mejora (como la reciente victoria sobre la Argentina de Leo Messi por 3-0 en el propio Estadio Mineirao).
Esperemos que se recupere el “jogo bonito” y que Brasil vuelva a ser ejemplo para el mundo del fútbol.