Discurso sobre la servidumbre voluntaria o contra uno (1º parte)
El individuo posee una inteligencia que le hace revisar su vida y la de sus antecesores y observa el poder de la costumbre que establece una condición, la de servir. Dice un pasaje del discurso “Mitriades terminó por acostumbrarse al veneno, el poder de enseñarnos a tragar el veneno de la servidumbre sin encontrarlo amargo” Es esclarecedor, la costumbre es superior al instinto de la propia naturaleza. Lo compara De La Boétie como las pequeñas semillas de un árbol que degenera y ofrece un fruto que no le es propio.
El que ha sido educado en libertad no quiere alcanzar poder sobre otros hombres porque no cambiaría este valor por ningún otro bien. Para demostrar este hecho, el autor expone la anécdota de los venecianos; donde ni el más miserable querría perder su libertad en pos de reinado alguno. Es más, observarían perplejos el servilismo de otros hombres entorno a un dueño al que rinden pleitesía. Reconoce el escritor, que cada individuo tiene sus propias características que escapan también a la generalidad, y así lo menciona en el pasaje de Licurgo, legislador de Esparta, que habiendo educado igual a sus dos perros, hermanos, uno era dócil y el otro buscaba permanentemente su libertad.
Un persa llamado Hidarnos, delegado del rey para todas las ciudades costeras de Asia, acogió con muchos honores a dos espartanos, les dedicó grandes atenciones y, poco a poco, les preguntó por qué motivo rechazaban tan tajantemente la amistad de su rey, diciéndoles: «Espartanos, por mi ejemplo podéis ver como el Rey sabe honrar a quienes lo merecen. Si estuvieseis a su servicio y os hubiese conocido, seríais gobernadores de alguna ciudad griega». Los lacedemonios respondieron: «En esto no puedes darnos buen consejo, ya que, si bien has probado la felicidad que nos prometes, tú desconoces completamente aquella de la que nosotros disfrutamos. Has experimentado el favor del rey, pero no conoces el delicioso gusto de la libertad. Si la hubieras probado, nos aconsejarías defenderla, no sólo con la lanza y el escudo, sino también con uñas y dientes». La verdad sólo estaba en boca de los espartanos, pero cada cual estaba hablando según la educación recibida. Al persa le era tan imposible añorar la libertad que nunca había disfrutado, como a los lacedemonios, que la habían saboreado, aceptar la esclavitud
“No se siente la pérdida de aquello que nunca se ha tenido. La tristeza llega siempre después del placer, y al conocimiento de la desgracia se suma el recuerdo de alguna alegría pasada. La naturaleza del hombre es ser libre y querer ser libre, pero fácilmente se acomoda a otra condición cuando la educación le prepara para ello”.
El olvido del derecho natural no es común para todos los hombres, pues hay personas que aún habiendo nacido en la servidumbre intentan sacudirse el yugo que les priva de su libertad, y es así, que reivindican lo que les pertenece por ley. Los que se rebelan al poder con el claro entendimiento de la injusticia que se comete al arrebatarles algo que sienten como necesidad, los que dan un paso hacia adelante en esa restauración no siempre son entendidos. El poseer conocimiento impulsa con más fuerza ese sentimiento de dignificación del ser. El estudio y el conocimiento es un factor importante para dar voz y sentido a la petición y a luchar por perseguir ese reconocimiento natural lícito. Aquellos que mantienen un pensamiento lúcido y la mirada puesta en un objetivo sostienen la esperanza de alcanzar el derecho, no dejan que les distraigan las actividades lúdicas y festivas inventadas para embrutecer a los súbditos, ni se dejan engañar por todas las cortinas de humo que el tirano y la camarilla al servicio del poder ponen en marcha. El firme deseo de libertad casi siempre se cumple, pero cuidado, no nos dejemos fascinar por los falsos héroes que izan la bandera de la libertad para provecho propio y así continuar sometiendo a sus semejantes.
Cita el autor al historiador Jenofonte, que en su libro habla de la maldición del tirano “al hacer mal a todos, a todos han de temer”.
La astucia más evidente mostrada por un tirano en la antigüedad con el fin de embrutecer a sus súbditos la hallamos en Ciro, con ocasión de la rebelión de la ciudad de Sardes; para mitigar la sublevación sin tener que gastar dinero en mantener un ejercito en el lugar, ni causar daño a la bella ciudad de Sardes decidió crear juegos públicos, burdeles, tabernas. Después, editó una ordenanza para que todos los ciudadanos fueran de modo obligatorio a visitar estos lugares. Y el plan funcionó tan bien como herramienta al servicio de la tiranía que otros pueblos copiaron el método, y este sistema llegó a nuestros días, no como obligatorio sino como apetecible a los gustos ciudadanos. Este es el precio que se paga por la libertad, es incentivo para ser servidumbre. El referente hoy del divertimento público bien pudiera ser el fútbol.
La primera razón por la que los hombres sirven voluntariamente es que nacen siervos y son educados como siervos, percibiendo una realidad distorsionada que los tiranos aprovechan y fomentan. Y es que, “la tendencia natural del pueblo ignorante, es desconfiar de quien le ama y confiar en quien le engaña”.
Nerón era un ser detestable, sin embargo, cuando murió el pueblo le rindió tributo según el historiador Tácito. De Julio Cesar se ensalzó su humanidad, pero carecía de tal virtud, todo era cuestión de la servidumbre y la hipocresía. Los tiranos tratan de distinguirse de los demás humanos con una versión falsa de personalidad especial, (Gorros estraños, laureles en la cabeza, enmascaramiento de su cara, etc.) visten sus mezquinas intenciones con vacias palabras, a veces, ni eso, siempre dentro de esa aptitud que conscientemente sabían que tendría calado positivo en la idonidad de aceptación y hasta de devoción de la servidumbre del ignorante.
“Quienes defienden a un tirano no son los hombres de caballería o infantería, ni las armas, sino cuatro o cinco hombres que le sostienen y someten ante él a todo el país, y siempre ha sido así…Esos seis hombres tienen debajo a seiscientos, a los que corrompen al igual que corrompieron al tirano. Y de esos seiscientos dependen seis mil, a los que promueven, otorgándoles el gobierno de las provincias o el manejo de los dineros para tenerles atrapados por su codicia o su crueldad, de manera que las ejerzan por delegación y hagan tanto mal que no puedan quedar en la sombra y que sólo gracias a su protección puedan escapar a las leyes y al castigo.”
Los servidores cercanos de un tirano están en constante riesgo de su cruel voluntad, sometidos a su capricho y en cualquier momento puede ser firmada su acta de muerte, ser desposeidos de las riquezas que obtuvo en la participación abusiva de poder. El tirano no tiene amigos, ni tiene consideración con nada ni nadie. La peligrosidad más implícita del entorno del tirano es superada por la codicia de los serviles cortesanos. Es un instinto de avaricia más fuerte que el de la supervivencia propia y la de sus seres queridos, realmente se intercambia la verdadera esencia de la vida por la servidumbre engañosa. Es por esto, que a pesar de depender del caprichoso de un tirano, la madeja de corrupción se extiende con hombres serviles y cortesanos que añoran el poder y ambicionan bienes materiales. Todo este entramado es la fuerza que ofrecen soporte de poder al tirano a cambio de los favores que este les concede.
Los cortesanos serviles son denostados por el pueblo, odiados, responsables de todos los malos acontecimientos, los que desvían las críticas del tirano.
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