¿Qué no es capaz de hacer Baz Lurhmann? Ciertamente y a estas alturas de la función, poca cosa. Sin embargo, nos ha vuelto a sorprender: no contento con haber destrozado sin ningún tipo de recato Romeo & Julieta de la forma más burda posible, se ha propuesto alcanzar el más difícil todavía y mancillar un clásico moderno de la literatura norteamericana. Y lo ha conseguido.
El empeño del realizador en eliminar todo rastro de profundidad en pos de un artificio absurdo y grandilocuente se da cita una vez más aquí. Volvemos de nuevo a los irritantes lugares comunes de Lurhmann, a su interminable lista de vicios: diálogos vacíos, personajes acartonados y su obstinada manía de sobrecargar la función con un estilo visual que bebe en demasía de la estética epiléptica, fluorescente y bobalicona de la MTV.
No hay perdón que valga: resulta irritante contemplar a unos personajes que en el momento en el que adquieren intensidad dramática, derrapan. Y es todavía más exasperante ver como Leonardo DiCaprio, actor siempre correcto, contempla el desastre cual Nerón viendo arder Roma mientras tocaba su lira. DiCaprio transmite impasibilidad, como consciente de en donde se metía, aprobando los delirios de un director que en el preciso momento en el que debe ponerse serio, nos regala un catálogo de payasadas a cada cual más excesiva, recargada y estúpida. Tobey Maguire y Carey Mulligan se erigen como errores garrafales de cast, especialmente la última, cuya impavidez se denota natural. Es su cara.
Ni rastro tampoco de escenas para el recuerdo y sí incontables ocasiones para el bostezo. La metralla visual evidencia una colosal falta de gusto, cuando se supone que debería buscar todo lo contrario. La banda sonora resulta desacertada y desafortunada y chirría más que ameniza. Por si fuera poco, Lurhmann nos obsequia con más de dos interminables horas de metraje donde no hay ni continente ni contenido.
Así, El Gran Gatsby se descubre como un pretendido discurso filosófico que difícilmente podría ser más superficial, fútil y presuntuoso. Al final, el que debería ser el perfecto retrato de la sociedad norteamericana de los años veinte, se convierte en el más evidente reflejo del posmodernismo: la absoluta vacuidad del ser y la sociedad que lo imbrica. Un rococó realmente indigesto.
Puntuación: 2/5
Desde mi punto de vista has sido hasta generoso con la película dándole 2 sobre 5 … piensa que Peter Travers de «Rolling Stone» dijo directamente que este verano podrá haber películas peores este verano, pero lo que es seguro es que ninguna será una decepción tan aplastante, y Boyero de «El País» llega a mencionar la palabra «mareo». La verdad es que he buscado algunas críticas favorables y resulta, para mi sorpresa, que en Fotogramas le dan un 4 sobre 5.