El animal que habla

«De mis libros, de las bibliotecas que he frecuentado, aprendí el diálogo y la libertad de pensar. Durante siglos,  fueron los libros los vencedores del carácter efímero de la vida. Por eso también fueron tachados, prohibidos, quemados, por los profesionales de la ignorancia y la mentira. Pero siguen vivos, tienen que seguir vivos, conservando la memoria y liberando y fomentando la inteligencia.»  Emilio Lledó (Los libros y la libertad, 2013)

Si hay algo que singularice al ser humano es su capacidad de habla, de razonar. El lenguaje articulado posibilitó el pensamiento, ese diálogo constante con nosotros mismos, y la relación con los demás. Gracias a las palabras surgieron los espacios de convivencia, los vínculos de solidaridad, la ciudad, y también ese maravilloso y verdadero progreso que supone la amistad. La Cultura, el  conocimiento, se asienta sobre este hito, que da sentido al propio concepto de lo humano.

Advierten los analistas que cada vez se habla y se escribe peor, con más faltas de ortografía y menos léxico. El descenso del hábito de la lectura y la calidad de la misma intervienen en este retroceso. George Orwell explicaba en 1984 cómo por medio de la reducción y la manipulación de vocabulario se conseguía simplificar el pensamiento de las masas favoreciendo su control. Para quien no esté familiarizado con la obra del escritor y periodista inglés, un breve repaso a la actualidad política puede dar buena cuenta de esta perversa práctica. Así nos encontramos el despido colectivo disfrazado eufemísticamente de «expediente de regulación de empleo», o la recesión económica  transfigurada en «crecimiento negativo».

«Contaba Rosa Chacel, una de las más grandes novelistas españolas del siglo XX, que en los años cincuenta, mientras redactaba su novela La Sinrazón, tenía la costumbre de pasar horas recostada en un sofá de su salón. La mujer de la limpieza, con la escoba en la mano, le dirigía siempre miradas entre compasivas y reprobatorias: “Si hiciera usted algo, no se aburriría tanto”. Pero es que Rosa Chacel hacía algo: estaba pensando; y hasta cambiar de postura podía distraerla de su introspección o devolverla dolorosamente a la superficie. Si Rosa Chacel hubiese pasado horas y horas delante de la televisión, y no dentro de sí misma, jamás habría escrito ninguna de sus novelas.» Santiago Alba (Elogio del aburrimiento, 2009)

La hegemonía de la pantalla con productos de entretenimiento, a veces con barniz de culturales, en los que priman la imagen y la rapidez sobre el argumento elaborado, que exige palabras (muchas), tiempo y espacio, está ocupando una parte importante del tiempo de los ciudadanos. Leer y pensar ya no parece necesario en una sociedad que se creía del conocimiento, pero que cada día se revela más claramente como la Sociedad del Espectáculo, con toda la carga ideológica reaccionaria que hay detrás.

«En el curso de la próxima generación creo que los amos del mundo descubrirán que el condicionamiento infantil y la narcohipnosis son más eficaces como instrumentos de gobierno que los garrotes y los calabozos, y que el anhelo de poder puede satisfacerse completamente lo mismo sugiriendo a la gente que ame su servidumbre como flagelándolos y golpeándolos hasta la obediencia.»  Aldous Huxley (Carta a George Orwell, 1949)

Los gustos de las nuevas generaciones (en realidad de las masas en general) se están infantilizando, y obras maestras como El Quijote o Guerra y Paz, que nuestros padres leyeron en su infancia o adolescencia, no están siendo abordadas por muchos estudiantes universitarios ni en su etapa académica ni posterior. Exponía Pascual Serrano en su libro La comunicación jibarizada. Cómo la tecnología ha cambiando nuestras mentes (2013) que si antes se preguntaba cuántas personas estarían capacitadas para comprender esos libros, ahora se cuestionaba quién entre los jóvenes tendría la paciencia de leerlos, dada su extensión, acostumbrados al ritmo frenético de la tecnología. La literatura y el cine prefabricados, que se digieren fácilmente por su simpleza, parecen ganar terreno en todas las fases.

El papel primordial de la Cultura es educarnos en libertad, ensanchar nuestros horizontes mentales, aportar elementos de significación que nos permitan interpretar la realidad y nuestras propias vidas… hacernos menos susceptibles de caer en las garras de poderes despóticos del tipo que sean.

Foto: Bruno Cardiolli

Un comentario sobre «El animal que habla»

  1. Muy bueno el análisis y para contribuir a todo lo que describe, sólo hay que echar un vistazo a lo que está ocurriendo en el sistema de enseñanza y sus resultados: alumnos cada vez más infantiles e inmaduros a lo que se añade ignorancia e incapacidad crítica. En el último escalón de la «enseñanza reglada» la Universidad, llegan jóvenes con una falta de madurez que te deja perplejo pero las autoridades académicas, en vez mirar hacia dentro, están orgullosas hasta el punto de que puedes oír cuando hablan de ellos «chicos» cuando antes era «estudiantes»…. ¿Leer, pensar, analizar?. No hace falta, todo está en la red.

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