Los Juegos Olímpicos de Río están en plena ebullición y empiezan a aparecer los primeros héroes: Michael Phels, Katie Ledecky, Simone Biles,… a falta de que comience el atletismo y con él, el “advenimiento” del gran Usain Bolt.
Como en cada cita olímpica, uno de los mayores atractivos reside en el torneo de baloncesto. Todo el mundo da por seguro el oro de los EEUU. La selección dirigida por el legendario Coach K, Mike Krzyzewsky, tiene todas las papeletas para seguir con la senda de oros olímpicos iniciada tras los Juegos de Atenas 2004 (donde fue apeada en semifinales por la futura campeona, Argentina por 81 a 89).
Si bien es cierto que el combinado norteamericano cuenta con bajas importantes (Lebron James, Stephen Curry, Chris Paul, Janes Harden,…), no lo es menos que el grupo capitaneado por Kevin Durant y Carmelo Anthony tiene calidad de sobra para ser imbatible en la ciudad carioca, a no ser que se deje llevar por un exceso de relajación (el primer cuarto contra Venezuela y el susto que les dio Australia en su partido de primera fase son un claro “aviso a navegantes”).
Aprovechando la celebración del torneo olímpico, quiero recordar a la que es, sin ningún género de dudas, la mayor concentración de talento que se ha producido nunca en la historia del deporte (por lo menos en lo que a deportes de equipo se refiere). Hablo, claro está, de la selección de baloncesto que representó a los Estados Unidos en los Juegos de Barcelona en 1992.
Tras el fracaso de los Juegos de Seul 88 (donde los universitarios estadounidenses tan sólo consiguieron la medalla de bronce), USA Basketball cortó por lo sano y decidió, por primera vez en la historia, enviar un combinado NBA a los juegos.
Al principio las grandes estrellas americanas se mostraban un tanto reacias a perder sus vacaciones de verano para disputar un torneo que, en honor a la verdad, no suponía un desafío competitivo para ellos. Fue la voluntad de «Magic» Johnson de lograr un oro olímpico que no figuraba en su palmarés antes de su retirada a cusa del VIH, la que llevó a otros monstruos de la canasta a sumarse al proyecto.
La selección final fue inmejorable. Prueba de la veracidad de esta afirmación es el hecho de que, a excepción del universitario Christian Laettner (a quien «el gordo» Barkley definió como: “el chico que nos llevará las maletas”) y del gran tirador de los Golden State Warriors, Chris Mullin, todos los componentes del Dream Team forman parte de los 50 mejores jugadores de la historia de la NBA que la liga eligió con motivo de su 50 aniversario.
La elección de Laettner no estuvo exenta de polémica ya que al parecer, en un principio, se pensó en seleccionar a Shaquille O´Neil pero se acabó por contar con Laettner ante la escasez de jugadores blancos en el combinado.
Otra de las leyendas que rodeó a la creación de este grupo fue la que habla de la ausencia del base de los Pistons de Detroit, Isiah Thomas, de la lista definitiva. Las malas lenguas aseguran que un veto de Michael Jordan tuvo la culpa.
El torneo careció de historia. El Dream Team arrasó en todos sus partidos, que ganó con una diferencia media de 43,75 puntos.
Especialmente reseñable es la paliza que estos “marcianos” le infringieron a la Lituania del grandísimo Arvidas Sabonis, a la postre medalla de bronce del torneo, en semifinales por 127 a 76 (51 puntos de diferencia). Se rumorea que Michael Jordan apostó con el gerente de un campo de golf de la Ciudad Condal que ganarían a la recién estrenada república báltica por más de 40 puntos.
La final fue un paseo militar ante la Croacia de genios como Drazen Petrovic, Toni Kukoc o Dino Radja que reflejó un marcador final de 117 a 85. Para los amantes del baloncesto siempre será una pena que el conflicto de los Balcanes nos privase de ver frente a frente al Dream Team y a la selección yugoslava que se había paseado dos años antes en el Mundobasket celebrado en Argentina en 1990.
Así se fueron tal como llegaron: rodeados de multitudes y siendo algo mucho más parecido a estrellas del pop que a deportistas olímpicos. Un SUEÑO… precioso e irrepetible.