Héroes y mentiras

Parafraseando a Isabel Pantoja, empezaré este artículo entonando aquello de “hoy quiero confesar…” que soy uno de los incautos que tiene en su biblioteca dos de los libros biográficos de Lance Armstrong. Se trata de las obras “Mi vuelta a la vida” (2003) y “Vivir cada segundo” (2005).

Ambos libros reflejan la lucha del tejano colibro 1ntra un cáncer que a punto estuvo de acabar con su vida y su posterior ascenso al Olimpo del ciclismo (único corredor capaz de ganar el Tour de Francia en siete ediciones con la dificultad añadida de hacerlo de forma ininterrumpida). Ni que decir tiene, que yo admiraba al de Austin ya no sólo como deportista sino como ejemplo de superación y constancia.

Es por esta razón que sentí como una pérdida personal el momento en el que Armstrong le confesó a Oprah Winfrey (17 de enero de 2013) haber utilizado métodos dopantes en las siete victorias que consiguió en la ronda gala. Esta sensación se acrecentó tras ver el documental “La mentira de Lance Armstrong” (2014). En el film es el propio corredor el que explica en primera persona la trama de dopaje organizada a su alrededor.

Si bien el del americano fue el que más he sentido como aficionado, son múltiples los casos de dopaje que he visto a lo largo de mi vida. Ciclistas como Floyd Landis, Bjarne Riss, Jan Ullrich o el tristemente desaparecido Marco Pantani engrosan el dudoso club de corredores dopados.

No sólo el ciclismo sufre esta lacra, siendo el mundo del atletismo el otro gran perjudicado. El pasado 9 de noviembre de 2015, una comisión independiente de la Agencia Mundial Antidopaje denunció que el gobierno ruso es participe de una red de encubrimiento para que su atletas de élite utilicen sustancias prohibidas en competiciones internacionales. Este es un escándalo mayúsculo que puede ensombrecer los próximos juegos de Río y que pone en duda los resultados obtenidos por los atletas rusos, una de las grandes potencias del mundo, en los últimos años.

Esta trama se suma a casos muy mediáticos que han sacudido al atletismo desde mediados de los años 80. Grandes del tartán como la norteamericana Marión Jones, el velocista jamaicano Asafa Powell o el célebre Ben Jhonson también se han visto envueltos en la polémica.

Más minoritariamente deportes como el tenis (el famoso caso de María Sharápova y el meldonium) o el fútbol (Maradona y su dopaje por efedrina en el mundial del 94) también han tenido sus coqueteos con el doping.

Más allá del doping, la pureza del deporte se está viendo amenazada por otro gran peligro: los amaños de competiciones a causa de las apuestas.

Hoy en día existen fundadas sospechas de amaños de resultados en las más diversas pruebas a lo largo y ancho de todo el planeta. Esta forma de adulteración de las competiciones es el gran desafío de futuro de gobiernos y federaciones con vistas a salvaguardar los valores del deporte.

Con este panorama, me entristece escuchar como una persona a la que conozco y admiro, el ciclista de Mos (Pontevedra) Óscar Pereiro, reconocía recientemente en un programa de televisión el haber vendido la victoria en una etapa del Tour de Francia a cambio de 50.000 euros.

Puede que el gallego sólo se limitase a admitir algo de uso común y sea digna de valorar su sinceridad, pero mi corazón de aficionado se niega a ver de este modo algo tan hermoso como es el deporte por mucho dinero que se mueva a su alrededor.

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