Envejecer: el inevitable paso.

Podría comenzar con “erase una vez” pero creo que no ha sido la única ocasión en la que pasan estas cosas.

María era una mujer de edad avanzada la cual vivía sola en una pequeña casa que alquilaba.

Todos los días por las mañanas al levantarse daba gracias a Dios por permitirle vivir un día más, ponía el café y se sentaba a leer un poco, a mediodía comía y se iba a la iglesia en algunas ocasiones, en otros días visitaba a sus amigas y bebían el té.

María a pesar de vivir y estar sola era feliz, le daba gracias al cielo porque tenía salud y no le hacía falta nada.

Era muy devota de la iglesia y sus creencias; un día enfermó de esquizofrenia: era aquel mal que padecía.

Sus hijos que vivían en otro lugar supieron de aquello al hablar con ella y darse cuenta de las barbaridades que decía; hablaba de un Dios que la amaba, de los demonios que la seguían y los ángeles que la cuidaban, de los hijos fallecidos con los que charlaba y de los pequeños bichos que no la dejaban comer porque se metían en su plato y al ingerirlos se enfermaba.

bosque
Foto por Mariel Jimenez

María salía por las noches y se iba a un bosque, al cual, decía que su Dios la mandaba; se quedaba ahí días sin comer ni beber. Se quedaba sumergida en un mundo que solo ella conocía.

Una de sus hijas que la llamaba siempre, se comenzó a preocupar al no saber nada de ella; fue a buscarla y se encontró con una mujer muy diferente de la que ella conocía: delgada, con ojeras; una mujer que corría por las calles para alejarse de esos demonios que la atacaban constantemente.

Su hija se la llevó a vivir a su casa. Al ver que su madre realmente estaba grave, la llevó al médico, el cual le dio un tratamiento para poder controlar su mente.

Al pasar los días comenzó a mejorar y después de un tiempo había olvidado por completo aquellas historias extrañas y frustrantes que la atormentaban rotundamente.

Quedaron secuelas de aquella situación que comenzaron a afectarle en su vida cotidiana, ya no era una persona con las capacidades de cualquier otra: había pasado a ser una anciana bastante distraída.

Su hija comenzó a enfadarse a diario con ella, ya que María no ponía de su parte para hacer de aquella casa un hogar lleno de alegría y felicidad, orden y un buen ambiente familiar.

Las peleas eran constantes: nadie comprendía que María ya no podía tener lucidez, ni ser una persona normal: había perdido un factor muy importante para ser feliz: la salud.

Su hija comenzó a perder la paciencia y ahora aquella mujer que le había dado la vida se había convertido en una carga para ella, en un malestar que “tenía” que atender. Comenzó a desesperarse cada día más, cada momento; nada le parecía bien, porque María ya no razonaba como tú y como yo; la lógica había desparecido de su vida, y ahora estaban con ella el cansancio y la sensibilidad, el razonamiento le había dicho adiós y la lentitud se hacía presente y cada vez más evidente tanto al caminar, como al hablar.

Su hija no quería comprenderla: los gritos de hija a madre eran constantes, María se volvía torpe rápidamente y no era algo que ella quisiera, era algo que no podía evitar y que lamentablemente le ponía triste.

Ella no quería ser molestia para nadie, tampoco depender de sus hijos, ni ser un estorbo.

Y es que hoy en día la mayor parte de las personas de edad avanzada se consideran un estorbo para todos: la falta de tolerancia por parte de la juventud es innegable, no hace falta salir a la calle porque en la misma familia es donde se pueden encontrar a los agresores de las personas ya mayores.

No hablamos precisamente de golpes aunque en muchos casos se da, sin embargo, la agresión no solo es física sino anímica, emocional, sentimental.

luna
Foto por Mariel Jimenez

María estaba en la etapa final de su vida, aquella a la que un día nosotros hemos de llegar de manera natural.

La muerte forma parte de ese círculo llamado vida en el cual todos entramos sin querer y salimos de la misma manera.

Sobrevaloramos muchas cosas e infravaloramos lo que debería de ser prioridad, agotamos nuestras fuerzas y capacidades tratando de ganarnos la vida, dejando de lado la salud y después, al envejecer, tratamos de recuperar salud con el dinero ganado en la juventud.

Llegar a la vejez es algo inevitable, todos estaremos ahí algún día. Pocas veces nos ponemos en el lugar de los demás, como en estos casos, la sociedad nos exige demasiado, el estilo de vida deja de lado lo que un día fue importante, el amor y respeto hacia el prójimo.

Podemos ver asilos llenos, donde aquellas personas que un día dieron mucho, se quedan ahí, encerrados en un lugar donde los atienden, les dan la comida y los duchan, les tienden las camas y si se enferman el médico los ayudara a recuperarse. Suena bien aquello, aunque la mayoría de las personas prefieren el amor de la familia, la calidez de los hogares, no los números de la camilla ni de las habitaciones.

Hoy en día es común enviar a los ancianos a esas residencias donde prometen tratarlos bien y atenderlos como debería de ser, sin embargo en muchas ocasiones, en aquellos lugares se han encontrado maltrato a sus habitantes.

La Organización Mundial de la Salud –OMS- define el término “maltrato de los ancianos”, como “un acto único o repetido que causa daño o sufrimiento a una persona de edad, o la falta de medidas apropiadas para evitarlo, que se produce en una relación basada en la confianza”.

Pese a que en España existen un sinnúmero de leyes para evitar la discriminación y maltrato a la mujer, no cuenta con la necesaria legislación que garantice el respeto por los ancianos.

En el año de 2014 se calculaba que el 12 por ciento de los ancianos españoles declaró sentirse víctima de maltrato, físico o de otra índole; de éstos, la mitad era víctima de su pareja, una cuarta parte de sus hijos y el resto, de distintas formas.

De acuerdo a Gema Pérez-Rojo, profesora del departamento de psicología de la Universidad CEU San Pablo, en información consignada por el portal religionenlibertad.com, asegura que el maltrato más frecuente es el psicológico, con un 11.5 por ciento, seguido del físico y sexual, con casi un 3 por ciento. Un 22 por ciento reportó ser víctima de maltrato psicológico, físico y sexual.

Según el estudio realizado en 2014, y financiado por el Instituto de Mayores y Servicios Sociales –IMSERSO- del 51,2 por ciento de ancianos que reportan maltrato de su pareja, la proporción es de 3 varones por una mujer.

Las cifras son alarmantes, sin embargo se sabe que centenares de casos no son denunciados porque los ancianos no pueden hacerlo debido a sus limitantes naturales, o por las condiciones en que viven con sus familiares.

En ese sentido, los investigadores que llevaron a cabo el estudio consideraron que el reporte obtenido es prácticamente un “fenómeno iceberg”, dada la magnitud que consideran, tiene el problema social de referencia.

Hoy en día muchas personas de este grupo han sido marginadas por sus familiares bajo el pretexto de que ya no coordinan movimientos, pensamientos y sentimientos, sin embargo pese a esto siguen siendo “los abuelitos” el prototipo de ternura hacia sus nietos y una buena opción para cuidar a los hijos cuando nos vamos de fiesta.

Echamos mano de ellos cuando necesitamos una nana a un mínimo coste, cuando requerimos de alguien que nos escuche, nos mime y nos de buenos consejos,  pero no somos capaces de entregar la atención que requieren producto de su estado cronológico y mental.

bosque2
Foto por Mariel Jimenez

Habría que recordar que en algunas civilizaciones de oriente los viejos son considerados como sabios, y su opinión es altamente valorada por la comunidad; podríamos imitar estos ejemplos, aprovechar su experiencia, y en un acto de justicia, humanidad y amor considerar a nuestros ancianos con el alto valor que realmente tienen.

Existen muchas personas como María que pese al esfuerzo de querer hacer las cosas bien sus capacidades se encuentran disminuidas, y les llevan a cometer acciones desfavorablemente recibidas por sus propios familiares, que en un porcentaje importante de casos no cuentan con la capacitación necesaria que les permita atender con dignidad y diligencia a esas “Marías” que pueden encontrarse en muchos hogares.

Ante esta realidad social, es imperativo reconocer la magnitud del problema y buscar la ayuda necesaria que nos permita proporcionar una buena atención a nuestros “viejitos” y comprender sus necesidades, sus inquietudes y sus limitaciones, para enfrentarlas con el amor que se requiere.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.