El precio de la integridad

Dashiell Hammett

Odio estas conversaciones, pero es mejor que sepas que, aunque me jugara algo más que la cárcel, aunque me jugara la vida, estaría dispuesto a darla por mi idea de democracia, y no tolero que ningún policía ni ningún juez me diga qué debo entender por democracia.

Lo fácil hubiese sido ceder, hablar y soltar una retahíla de nombres para que las listas negras engordasen. Lo más sencillo sería agachar la cabeza y plegarse a la voluntad del Comité de Actividades Antiamericanas. Dos veces declaró ante sus tribunales Dashiell Hammett y en ambas ocasiones rehusó dar nombres amparándose en la Quinta Enmienda. En las actas que recogen sus dos comparecencias – 1951 y 1953 – el escritor repite la misma frase una y otra vez: “Me acojo a los derechos garantizados por la Quinta Enmienda y rehúso responder a la pregunta, ya que la respuesta podría incriminarme». Este desafío directo al poder le valió la ruina, el ostracismo y la cárcel. En 1951 fue encarcelado durante seis meses – en tres penitenciarías estatales diferentes – por su negativa a declarar. Aclaremos que sí declaró pero que no dijo lo que se esperaba de él, no tuvo miedo de hacer valer sus derechos y se mantuvo fiel a si mismo y a sus ideas políticas. Como ya hemos visto, no todos tuvieron la misma entereza moral. Tras la sentencia y la prisión Hammett se quedó sin nada. Fue condenado a pagar ciento cuarenta mil dólares, el gobierno incautó cualquier ingreso procedente de sus novelas y trabajos y Dash se encerró en sí mismo. Años más tarde llegó el cáncer, murió en la pobreza sin haber vuelto a escribir nada destacable. No obstante su figura y su legado permanecen intactos, su gran calidad humana, su compromiso político y social; y el sincero apego a sus principios le convirtieron en una figura clave contra la caza de brujas transformándolo en adalid de las libertades individuales en una nación, cada vez más paranoica, cada día más sometida a los mecanismos del miedo engrasados por el gobierno.

El día de su funeral Lillian Hellman, compañera sentimental y amiga durante más de tres décadas, le dedicó las siguientes palabras, un resumen perfecto del hombre que se negó a ceder a la presión y al miedo: “Creía en el derecho del hombre a la dignidad y jamás, durante toda su vida, jugó a otro juego que al suyo propio: nunca mintió, nunca fingió, nunca se rebajó.” Rebajarse hubiese sido aceptar las premisas del Comité y el ideario que McCarthy y sus seguidores promulgaban. Solo hace falta revisar las actas de las comparecencias de Hammett una vez para darse cuenta del despropósito al que se enfrentaba, y lo delirante de la situación:

PRESIDENTE McCARTHY: Mr. Hammett, permítame que le haga la siguiente pregunta. Prescindamos por un momento de usted. ¿Es cierta la suposición de que cualquier miembro del Partido Comunista, que estuviera bajo la disciplina comunista, normalmente haría propaganda de la causa comunista, ya estuviera escribiendo novelas o bien tratados políticos?

D. HAMMETT: No puedo contestar porque, honestamente, no lo sé.

PRESIDENTE McCARTHY: Bien, prosigamos, usted nos ha manifestado que no nos va a decir si, actualmente, es usted o no miembro del Partido Comunista, en base a que si contestara, la respuesta podría incriminarle. La interpretación normal de este hecho, que pueda hacer este comité y todo el país, es que ello significa que usted es un miembro del partido, porque de lo contrario, usted diría simplemente no y ello no le incriminaría. Dése cuenta de que el único motivo por el que usted tiene derecho a negarse a contestar, es que cree que una contestación veraz puede incriminarle. Una respuesta en el sentido de que usted no es comunista, en el supuesto de que no sea usted comunista no podría incriminarle. Por consiguiente supongo que usted debe de saber mucho acerca del movimiento comunista.

D. HAMMETT: ¿Ha sido esto una pregunta señor?

PRESIDENTE McCARTHY: Es únicamente un comentario sobre su declaración.

Hammett podría haberse ahorrado los seis meses de prisión pero tenía convicciones, era honesto y solidario, apoyaba causas que luchaban contra la discriminación racial o el avance del fascismo en Europa y desde luego que estaba afiliado al partido comunista ¿Y? En un estado liberal y democrático, el sesgo político de una persona no debería permitir a las fuerzas gubernamentales organizar un circo mediático plagado de acusaciones sin fundamento, coacciones, sobornos y vaguedades. La América de McCarthy era un estado policial que favorecía la paranoia, el miedo a lo diferente y perseguía acabar con la libertad, en este caso cultural, de una sociedad bien orgullosa de sus valores libertarios, algo que queda de manifiesto en la Declaración de Independencia de 1776:

Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se vuelva destructora de estos principios,el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla, e instituir un nuevo gobierno que base sus cimientos en dichos principios, y que organice sus poderes en forma tal que a ellos les parezca más probable que genere su seguridad y felicidad. La prudencia, claro está, aconsejará que los gobiernos establecidos hace mucho tiempo no se cambien por motivos leves y transitorios; y, de acuerdo con esto, toda la experiencia ha demostrado que la humanidad está más dispuesta a sufrir, mientras los males sean tolerables, que a hacerse justicia mediante la abolición de las formas a las que está acostumbrada. Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, que persigue invariablemente el mismo objetivo, evidencia el designio de someterlos bajo un despotismo absoluto, es el derecho de ellos, es el deber de ellos, derrocar ese gobierno y proveer nuevas salvaguardas para su futura seguridad.

El creador de Sam Spade, autor de cinco vibrantes novelas – Cosecha roja (Red Harvest); La maldición de los Dain (The Dain Curse); El halcón maltés (The Maltese Falcon); La llave de cristal (The Glass Key); El hombre delgado (The Thin Man) y Dinero sangriento (Blood Money) – y precursor de la novela negra fue, ante todo, un hombre íntegro cuando muchos optaron por no serlo. Destacó por su entereza cuando a su alrededor surgían dedos acusadores y susurros delatores de personas hostigadas por un sistema perverso que perseguía acabar con la izquierda americana y con el comunismo identificándolo como la fuente de todo mal y el máximo enemigo de los valores sobre los que se asentaba la sociedad estadounidense.

Un país crispado, paranoico y asustado es más fácil de dirigir, de gobernar, de amoldar a lo que necesita el gobierno y los grandes intereses económico-comerciales. La cultura es un problema porque tiene la mala costumbre de levantar la voz ante los atropellos de los dirigentes; es mejor, si es que es posible, sacársela de encima o desacreditarla. Higinio Polo lo explica en su libro Dashiell Hammett. Novela negra y caza de brujas en Hollywood”:

La caza de brujas no fue la iniciativa de un senador alcohólico: comenzó con Truman, con el procurador general Tom Clark y con J. Edgar Hoover, en 1947. Tuvo el apoyo del gobierno norteamericano, del Pentágono, del Departamento de Justicia y del Departamento de Estado, porque el senador McCarthy no empezó su trayectoria de cazador de antiamericanos hasta 1950. Fue una iniciativa del poder, del gobierno, de los círculos que controlaban la vida política, económica y social de Estados Unidos, y no de un senador que, aunque participó en primera línea en la cacería desatada, no era más que alguien que puso su rostro y su ambición personal al servicio de quienes habían urdido esa operación.

Por suerte hacia mediados de la década de los cincuenta la cruzada anticomunista fue desacreditada y la sociedad fue, poco a poco, abriendo los ojos ante los atropellos que se estaban cometiendo, Edward R. Murrow fue responsable, en parte, de esa estrepitosa caída.

Sobre Hammett el FBI tenía un archivo de 278 páginas que abarcaba 25 años de la vida del escritor. Cuando murió en 1961 fue enterrado en el Cementerio Nacional de Arlington porque era veterano de las dos guerras mundiales. El FBI llamó al cementerio para verificar su defunción. Hellmann, en su panegírico, comentó:

No pensaba bien, tal como ya sabéis, de la sociedad en que vivimos, pero incluso cuando ella lo castigó no se quejó, y no le tenía miedo al castigo.

Otros, muchos, si lo tuvieron. Dash, elegante y consecuente, prefirió seguir el camino más difícil, el que pocos valientes se atrevieron a recorrer.

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